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Jamie Baldridge nació en 1975 en un pequeño pueblo del sur profundo de Estados Unidos. Estudio teología y escritura creativa en la Universidad Estatal de Lousiana, en la cual obtuvo un título en fotografía. Actualmente ejerce de profesor de fotografía en la Universidad de Lousiana, en Lafayette.
Sus obras se exponen por numerosos museos, además de colecciones privadas por todo el mundo. Profesor universitario, escritor, amante de los viajes y artista, Jamie es un valioso representante de una tendencia surrealista cuyo universo icónico bien podría ponerse en continuidad con los de Magritte, Delvaux o Dalí.
A diferencia de éstos, él ha escogido la fotografía como vía de expresión y se mueve con soltura tomándola como un simple punto de partida sobre el que construye sus elaboradas imágenes.
Sus obras se exponen por numerosos museos, además de colecciones privadas por todo el mundo. Profesor universitario, escritor, amante de los viajes y artista, Jamie es un valioso representante de una tendencia surrealista cuyo universo icónico bien podría ponerse en continuidad con los de Magritte, Delvaux o Dalí.
A diferencia de éstos, él ha escogido la fotografía como vía de expresión y se mueve con soltura tomándola como un simple punto de partida sobre el que construye sus elaboradas imágenes.
Baldridge se mueve a caballo de la ilustración y la fotografía para crear imágenes llenas de texturas pictóricas que plasman un universo propio bastante inquietante y cargado de misterio. Sus imágenes son ensoñaciones, más bien pesadillas, que Jamie envuelve con títulos sugerentes que juegan un papel importante a la hora de situar su iconografía en la mente del espectador.
Diez años después de sus primeros devaneos con el negativo, Baldridge se repite como un eco en los manuales de fotografía y en las revistas especializadas. Quizá en contra de su voluntad. “Nunca he pensado en mí como un fotógrafo, sino como un artista. El término en sí es bastante genérico, más ahora, que todos somos fotógrafos de algún modo”.
Se dice heredero de Oscar Rejlander, Man Ray, Mona Kuhn, Shirin Neshat, Teun Corvejones, Ferdinando Scianna, Marta Hoepffner, Jeff Wall y otros muchos que utilizaron y utilizan la cámara para reubicar la realidad, y no como un mero tomavistas. Sólo así se consigue conjugar las alegorías fabulescas de Alicia en el país de las maravillas con la estética steampunk de las películas de Jean Pierre Jeunet.
Diez años después de sus primeros devaneos con el negativo, Baldridge se repite como un eco en los manuales de fotografía y en las revistas especializadas. Quizá en contra de su voluntad. “Nunca he pensado en mí como un fotógrafo, sino como un artista. El término en sí es bastante genérico, más ahora, que todos somos fotógrafos de algún modo”.
Se dice heredero de Oscar Rejlander, Man Ray, Mona Kuhn, Shirin Neshat, Teun Corvejones, Ferdinando Scianna, Marta Hoepffner, Jeff Wall y otros muchos que utilizaron y utilizan la cámara para reubicar la realidad, y no como un mero tomavistas. Sólo así se consigue conjugar las alegorías fabulescas de Alicia en el país de las maravillas con la estética steampunk de las películas de Jean Pierre Jeunet.
Baldridge recurre al cine, a la pintura flamenca, a las musas prerrafaelitas, a las primitivas arcadias, a los mundos de Gulliver, Gilgamesh o Abraham y a los parajes que Tolkien olvidó habitar.
“Leo empedernidamente. Ya sea ficción, biografía, historia, teoría cuántica, filosofía, religión, crítica. Soy devoto del existencialismo, del surrealismo y del análisis de Jung”.
De ahí que sus monográficos se debatan a menudo entre el vagabundeo estilístico y una perfecta eclectización, a modo de balance imposible entre mil poleas: metáforas inalcanzables, silogismos que atentan contra el sentido común y un cosquilleo visual muy similar al que producen los fractales de Escher.
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