Mis incondicionales

sábado, 21 de agosto de 2010

Cirque Calder

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Alexander Calder (1898-1976) es conocido y reconocido en el mundo entero por sus esculturas móviles, algunas de gran tamaño, y su obra es indicativa de un espíritu alegre, abierto y muy divertido. Al final de su vida Calder tenía el pelo completamente blanco, llevaba siempre una camisa roja de franela (el rojo de tantas de sus esculturas) y reía a mandíbula batiente, o sea, algo a medio camino entre un Papá Noel surrealista y un experimentado cirujano del metal.
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Pero pocos conocen su fascinación por el circo. Era tal que un buen día comenzó a confeccionar, con los materiales qué el usaba magistralmente (trapo, madera, alambre, y alguna goma), una pista de circo sobre la que fue añadiendo los personajes que conforman una compañía completa. Todo estaba hecho a mano, y cada muñequito, carromato, o animal estaba realizado de un modo específico, de modo que bajo la experta manipulación de su creador podía realizarse una función completa. El mismo Calder daba vida a todos y cada uno de los personajes (trapecistas, domadores, payasos, lanzadores de cuchillo, leones…), y les ponía voz, mientras que su esposa, en un aparte, pinchaba en un tocadiscos las típicas melodías circenses.
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Periódicamente el escultor abría la pista de su Cirque Calder, que fue degustado por artistas e intelectuales desde su estreno en París en 1926 (Jean Cocteau, Fernand Léger, Piet Mondrian, y Joan Miró fueron algunos de los adeptos), y prácticamente no dejó de hacerlo a ambos lados del atlántico hasta su muerte en 1976.
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Visto en maquinariadelanube

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